Crecimiento y composición corporal (I)
Crecimiento es el proceso de maduración caracterizado por cambio, compensación y adaptación; es genéticamente predeterminado y significativamente afectado por factores hormonales, nutricionales y otros factores ambientales. El tamaño y la forma de una persona son el resultado de los eventos dinámicos que preceden al momento de la valoración.
El reconocimiento de la importancia de los cambios en la composición corporal en diferentes áreas de la medicina ha llevado a un mayor interés en estudiar y refinar técnicas de medición de estos cambios.
La definición precisa del estado nutricio no se puede basar solamente en talla y peso. Algunas medidas de la composición corporal son necesarias para distinguir, por ejemplo, a la persona obesa de la musculosa con sobrepeso. En ciertas enfermedades, como en la desnutrición proteínico-energética, la fibrosis quística, la enfermedad inflamatoria del intestino, enfermedad renal crónica u en el síndrome de inmunodeficiencia inmune adquirida, que producen desnutrición o desarreglo de fluidos y electrolitos, las mediciones de peso pueden sobreestimar el bienestar nutricional del paciente. Podría ser posible, además, con rehabilitación nutricional, alcanzar un peso normal en la presencia de una composición corporal inadecuada o con un exceso de grasa o agua.
El estudio de la composición corporal permite una mejor comprensión de los efectos de los factores genéticos, nutricionales y de actividad física tienen en el desarrollo de grasa, músculo y hueso. Permite el estudio de la prevalencia de obesidad en niños y jóvenes, una mejor documentación de la genética y rastreo de la grasa corporal y de la formación de hueso durante las primeras 2 o 3 décadas de vida, junto con su efecto en el desarrollo de enfermedades crónicas como diabetes, enfermedad cardiovascular, hipertensión y osteoporosis, entre otras, más tarde en la vida.
En este sentido, es importante definir no solamente la cantidad de los diferentes componentes sino también el tiempo en el cual se incrementan, así como las variaciones regionales para delinear sus posibles relaciones con riesgos a la salud y las mejores estrategias para prevenir dichos riesgos.
Ocurren cambios en los diferentes compartimientos del cuerpo durante la vida fetal y a través de la infancia, niñez, adolescencia, adultez y vejez. El entendimiento de los varios métodos y mediciones de la composición corporal es crucial en la interpretación correcta de la literatura, pues cada método explora la composición corporal desde una perspectiva diferente, estudiando los componentes químicos o aprovechando ciertos principios físicos.
Cambios en la composición corporal durante el crecimiento, Parte I
Cambios en la masa adiposa del cuerpo
La grasa es el más variable de los componentes del cuerpo, en un rango que va del 5 hasta más del 50% del peso corporal (el rango normal es más estrecho, entre 10 y 30%). Durante la vida intrauterina, la diferenciación de grasa comienza en el segundo trimestre de gestación (aproximadamente entre las 14 y las 24 semanas). Se vuelve evidente en la cabeza y el cuello, progresando rápidamente al tronco, brazos y finalmente a las extremidades inferiores.
Al principio del tercer trimestre (aproximadamente la semana 28) el tejido adiposo ya está presente en las principales áreas de depósito de grasa en el cuerpo. Por tanto, perece ser que el segundo trimestre de embarazo es un periodo sensible para el desarrollo de tejido graso.
La posibilidad de que alteraciones nutricionales en periodos críticos de desarrollo sean una fuente de obesidad ha sido sugerida por varios autores y las evidencias se acumulan, apoyando el concepto de que la baja o exceso de nutrición prenatal o perinatal influencia el desarrollo de gordura y sus enfermedades relacionadas en la vida posterior. Aun antes del nacimiento, parece haber diferencias regionales en la acumulación de grasa que podrían tener importante significado en el futuro: las características celulares y los patrones de crecimiento normal difieren de un depósito de grasa a otro y después del nacimiento, la respuesta hormonas del tejido adiposo varía de acuerdo a su localización.
El infante en útero incrementa su contenido de grasa de 2.5% por Kg de peso a una masa adiposa promedio de 13.7% para niños y 14.9% para niñas en el recién nacido a término. Luego del nacimiento, la acumulación de grasa progresa rápidamente para alcanzar un promedio de 29.1% en niños y 32.0% en niñas a la edad de 6 meses, debido en buena medida al alto consumo de energía y la baja actividad.
Es interesante que los niños alimentados con leche materna muestren una diferente acumulación de grasa que la de los alimentados con fórmula. Los niños alimentados al pecho tienen menos grasa, con una evidente diferencia entre los 9 y los 15 meses de edad. Las diferencias en la grasa corporal también dependen de la proporción de proteína y el tipo de lípidos que contienen las fórmulas.
Con el incremento en la edad, el contenido adiposo baja y los valores caen a un mínimo promedio de 12.8% a los 7 años en niños y 16.4% a los 6 años en niñas, con un discreto incremento posterior (conocido como rebote de adiposidad) para llegar a 13.7% en niños y 19.4% en niñas a la edad de 10 años.
Aunque hay diferencias sexuales en la composición corporal en el nacimiento o aún antes, el predominio de grasa en las niñas es notable durante los años de adolescencia. En ambos seños, la pubertad está caracterizada por incrementos substanciales tanto en el tamaño como en el número total de adipocitos y por un cambio centrípeto en la distribución de grasa, especialmente marcado en los varones.
En términos de porcentaje adiposo, los hombres alcanzar los valores pico durante la adolescencia temprana y luego muestran un decremento durante el crecimiento adolescente, mientras que las mujeres, luego del declive inicial, muestran un continuo incremento en el porcentaje de grasa hasta los 18 años aproximadamente.
Hay también significativas diferencias de género en la distribución subcutánea de grasa, con la preponderancia de tejido adiposo en la parte superior del cuerpo (arriba del ombligo) en los hombres y en la parte inferior en las mujeres. Esta tendencia para la concentración de grasa en el abdomen de los hombres y las caderas de las mujeres puede ser vista desde los 4 años de edad, aunque la marcada diferencia sucede durante la adolescencia.
Parte de esta variación puede ser atribuida a los efectos de las hormonas adrenales y ováricas. En las mujeres, una significativa secreción de estrógeno y progesterona induce un ligero incremento en el volumen y número de adipocitos trocantéricos, mientras que en los hombres estos son significativamente reducidos por los andrógenos.
Con el envejecimiento, la grasa corporal en el hombre se incrementa lentamente de aproximadamente 18% en aquellos entre los 18 y 25 años de edad, a un 36% en aquellos entre 65 y 85 años; en las mujeres, un incremento gradual del 33 al 45% se encuentra en grupos de edad similares.
La preponderancia de grasa en las mujeres a todas las edades, especialmente en la parte inferior del cuerpo, puede ser relacionada a su capacidad para concebir, como un mecanismo de adaptación para la conservación de la especie. Hay una necesidad de importantes reservas para el feto y el recién nacido.
Sin embargo, en una minoría de hombres y mujeres normales, la distribución de tejido adiposo presenta una diferenciación sexual del sexo opuesto. En mujeres con la distribución de grasa androide, los factores de riesgo para desarrollar diabetes, hipertensión o hiperlipidemia son similares a los de los hombres. En estas mujeres, no hay una explicación clara para este diferente patrón de distribución adiposa, aunque se ha sugerido que podría tener una sensibilidad heredada incrementada de sus adipocitos a los andrógenos y posiblemente al cortisol.
Se han descrito diferencias étnicas en la acumulación de grasa durante el crecimiento, con un mayor porcentaje en niñas de origen hispano o negro y menor en las de origen caucásico, cuando se ajustan al tamaño corporal. El contenido mineral y la masa magra son mayores en las niñas negras que en las hispanas o caucásicas. En los niños, el mayor porcentaje de grasa corporal se encuentra en el grupo hispano y el menor en los niños negros. Los niños y niñas de origen caucásico tienen una distribución de tejido adiposo más periférica que los niños y niñas de origen latino, japonés y negro; los niños y niñas negros tienen un patrón más centralizado. El patrón de menor grasa periférica también se ha encontrado en estudios con niños de varios países latinoamericanos y puede reflejar diferencias genéticas así como diferentes estilos de vida incluyendo hábitos nutricios y de salud; algo similar se ha observado entre adolescentes y adultos asiáticos.
Estas diferencias étnicas son evidentes tan temprano como en el periodo pre-escolar y continúan durante la adolescencia. Estos estudios sugieren la necesidad de referencias específicas para el origen étnico en lo que se refiere a los valores de composición corporal.
El seguimiento de las mediciones de grasa corporal total y distribución de la misma no han sido claramente demostrados en niños. Mediciones seriales y repetitivas de la distribución de masa grasa corporal podrían disminuir la variación intraindividual y mejorar la confiabilidad del seguimiento con el tiempo. Parece ser que la mayoría de los niños de 1 año de edad con sobrepeso presentan niveles normales de grasa como adolescentes y adultos y que mientras que el sobrepeso en la niñez temprana no está bien correlacionada con la obesidad adulta, el sobrepeso en la niñez tardía y la adolescencia si lo está.
Los estudios se seguimiento a largo plazo han encontrado que la predominancia de grasa troncal y un índice de masa corporal (BMI, por sus siglas en inglés) en la niñez están asociados con un mayor riesgo de obesidad central en la vida adulta. Se han demostrado correlaciones entre la grasa corporal y los factores de riesgo para enfermedad coronaria y diabetes a edades tempranas (a partir de los 7 años), al igual que correlaciones entre la grasa corporal y las concentraciones en suero de lípidos y lipoproteínas a edades todavía más tempranas.
Adicionalmente, el sobrepeso en hombres adolescentes se ha asociado con un incremento en el riesgo de mortalidad en general y con enfermedad coronaria después de 55 años de seguimiento.
Además de la grasa corporal total, la localización de esta juega un importante papel en los riesgos de desarrollar enfermedad cardiovascular, diabetes, hipertensión, enfermedad de la vesícula biliar, infarto y mortalidad general. Parece que por lo menos hay 3 componentes de la grasa corporal asociados con el impacto en la salud: 1) cantidad total de grasa expresada como porcentaje del peso corporal, 2) cantidad de grasa troncal o abdominal y 3) cantidad de grasa visceral localizada dentro de la cavidad intraabdominal.
La obesidad diabetogénica o aterogénica adulta tiende a ser más centrípeta que periférica, más con la formal abdominal (de “manzana”) que la gluteofemoral (de “pera”), más visceral intraabdominal que subcutánea extra-abdominal, más en la parte superior del cuerpo (nuca, mejillas, cuello, hombros, parte superior del tronco y abdomen) que en la parte inferior; esto se mantiene tanto para hombres como para mujeres con distribución androide de grasa.
El ejercicio regular resulta, entre otros beneficios, en una disminución de grasa corporal y un incremento en la mineralización ósea y en la masa muscular. En general, los atletas tienen un menor porcentaje de grasa corporal y mayor cantidad de masa magra que sus iguales no atléticos; sin embargo, hay considerable variabilidad entre individuos y tipos de actividad. Los atletas que participan en deportes en los cuales el peso está sostenido (natación, ciclismo, remo) o en los cuales el peso corporal no es translocalizado (lanzamientos, levantamientos) tienden a tener un mayor porcentaje de grasa corporal que los atletas que participan en deportes que requieren traslación horizontal o vertical del peso corporal (carrera, salto).
En los deportes en los cuales el peso es un factor, como gimnasia, ballet y lucha, el esfuerzo para disminuir la grasa corporal puede afectar el desempeño e inducir desórdenes de alimentación.
En personas adultas obesas, el entrenamiento aeróbico extenso e intenso puede no solamente inducir pérdida moderada a alta de grasa sino también puede reducir grasa subcutánea central, lo que es más notable en los hombres.
El mayor porcentaje de grasa corporal en la población anciana es probablemente atribuible a una diminución en la actividad física. Con el envejecimiento hay una menor fuerza y masa muscular, que pueden ser compensadas con ejercicio físico regular, pues la capacidad para incrementar la masa muscular así como la fuerza muscular se mantiene hasta la edad avanzada. El entrenamiento físico, especialmente el ejercicio de resistencia de intensidad, frecuencia y duración significativas pueden retardar la pérdida de masa muscular (estrechamente asociada con una menor mineralización ósea) y el incremento en la grasa corporal. Por tanto, las anormalidades asociadas de diabetes, enfermedad coronaria, osteoporosis y fracturas podrían también reducirse.