Saciación, saciedad y dulzor en alimentos y bebidas

Actividad cerebral mostrando el contraste entre la condición de hambre y  la condición de saciedadLa saciación ocurre al momento de alimentarse y representa el efecto acumulativo de señales inhibidoras inducidas por la ingestión de substancias alimenticias a medida que progresa la comida. Dichas señales tienen muchos orígenes: sensorial, cognitivo, digestivo y hormonal. Las señales de saciación finalmente llevan a finalizar el episodio de alimentación. Luego de finalizar dicho episodio, comienza un periodo de saciedad que dura por algún tiempo antes de que regrese el hambre. De igual forma, las señales que contribuyen a la duración e intensidad de la saciedad son de origen variado, como se ha conceptualizado en la ‘cascada de saciedad’. Durante la saciedad, procesos sensoriales y cognitivos interaccionan con mecanismos postingestión y postabsorción periféricos y centrales para inhibir el continuar comiendo. Dado que la saciación y la saciedad tienen que ver con la inhibición de la alimentación, pueden potencialmente afectar la ingesta total y facilitar el control de peso corporal.

Es importante comprender si los alimentos y bebidas con sabor dulce ejercen una influencia especial en la saciación y la saciedad. Su alta palatabilidad podría disparar la sobrealimentación, al menos en algunos individuos bajo ciertas circunstancias. Adicionalmente, el caso especial de energía obtenida a partir de fluidos hace surgir la cuestión de la potencia de las señales de saciedad luego de beber, más que comer.

Medición de la saciación y la saciedad

La obesidad surge cuando la ingesta de energía excede crónicamente el gasto de energía. Este desbalance ha sido asociado con factores fisiológicos, incluyendo el género, el origen étnico, la edad, la etapa puberal, la adiposidad corporal y el nivel de aptitud física, así como una lista típica de factores ambientales y del comportamiento tales como estatus socioeconómico, paternidad, composición de los alimentos, alimentarse rápidamente, comer bocadillos, comer fuera de casa, restaurantes de comida rápida, estrés, ver televisión, pasar tiempo frente a la computadora, falta de ejercicio, grupo de amigos y muchos más. Multitud de acciones de salud pública se han realizado o propuesto para prevenir la obesidad, y aún así la prevalencia de obesidad continúa incrementándose.

Lo que se ha pasado por alto en muchas discusiones es reconocer el simple hecho de que la ingesta de alimento está regida por un poderoso proceso fisiológico dirigido a asegurar que la energía ingerida cubra los requerimientos de la misma. Cada una de las variables señaladas arriba y propuestas como factores causantes de la obesidad puede en efecto contribuir a que la ingesta de energía exceda a los requerimientos. Sin embargo, puede argumentarse que el que el alimento no proporcione saciedad (la reducción del apetito o el hambre después de consumir un alimento o una bebida que contenga energía) y que las comidas no proporcionen saciación (finalización del episodio de alimentación en una comida) son factores más importantes.

Así, las características de los alimentos y los factores ambientales que disminuyen las sensaciones de saciedad y saciación pueden ser causas plausibles del desbalance energético. Sin embargo, aunque la saciedad y la saciación son fáciles de definir, son difíciles de cuantificar. Como resultado, los factores que llevan a la saciación y a la saciedad y, finalmente, al control del peso corporal, son una materia de debate considerable. Pueden alcanzarse diferentes resultados dependiendo de la pregunta propuesta, el diseño del estudio y la edad y género de los participantes, de manera que la evidencia requerida para hacer declaraciones (claims) sobre los alimentos no está siempre clara.

La meta de la investigación en saciedad y saciación ha sido identificar características de los alimentos y bebidas que contribuyan a reducir la ingesta de energía. Los indicadores de corto plazo incluyen medidas subjetivas de sensaciones asociadas con el apetito, la cantidad de alimento ingerido y una variedad de biomarcadores. La saciedad en respuesta a la ingestión de alimentos y bebidas es con frecuencia evaluada por medidas subjetivas de las sensaciones atribuidas al apetito, que pueden o no estar regidas por el hambre (impulso fisiológico para reponer un déficit de energía). Por ejemplo, típicamente se pide los participantes del estudio el calificar sus sensaciones de hambre, plenitud (llenura), consumo prospectivo de alimento y deseo de comer luego del consumo de un bocadillo, comida o dieta. La respuesta puede ser medida en unos minutos, horas o a lo largo del día. Aunque es claro que la ingestión de un alimento o bebida conteniendo energía disminuye el apetito (incrementa la saciedad), los efectos son transitorios. Pueden ser o no predictivos de la ingesta posterior de alimento, dependiendo de la cantidad ingerida, la composición de macronutrimentos y el momento en el cual el alimento es ingerido.

La magnitud y curso de tiempo de los efectos de saciedad en la ingesta posterior dependen críticamente del diseño experimental. En algunos casos, los estudios de corto plazo que utilizan un ‘paradigma de precarga’ muestran que la ingesta forzada de energía en los alimentos o bebidas consumidas entre comidas, cuando se comparan con no comer o consumir un artículo con muy baja energía o libre de energía, tiene un impacto pequeño en la cantidad consumida en una ocasión posterior de alimentación. Así, algunos estudios de precarga a corto plazo sugieren que el efecto acumulativo del comer entre comidas combinado con una comida posterior es un incremento en la ingestión de energía.

El efecto de las características de un alimento o bebida en la saciación puede ser valorado cuantitativamente en estudios experimentales mediante la medición de la cantidad de alimento consumido ad libitum en una comida. En estos estudios, el individuo es frecuentemente aislado de los estímulos ambientales. Aún así, muchos factores, además de las señales fisiológicas que surgen durante la comida, influyen en la cantidad de alimento consumido. Por ejemplo, el comportamiento habitual, el estatus socioeconómico y las percepciones de las cantidades apropiadas a comer pueden ser factores mayores, dependiendo del grupo de edad seleccionado.

Investigaciones considerables se han enfocado en las correlaciones metabólicas de saciación y saciedad. Muchos péptidos gastrointestinales, otras hormonas y productos metabólicos de la digestión proporcionan señales para las regiones del cerebro responsables del control de la ingestión de alimento. Sin embargo, su asociación individual o colectiva con la saciedad o la saciación permanece poco clara. Un grupo de estudio comparó la dinámica de las calificaciones del hambre y la plenitud en una escala análoga visual (VAS, por sus siglas en inglés) con la dinámica de las concentraciones del péptido 1 tipo glucagón, péptido YY, grelina, glucosa e insulina a través de diferentes patrones de comida y por ende en diferentes tiempos de llegada de nutrimentos al intestino, utilizando un enfoque estadístico que se enfocó en las variables dentro del sujeto. La cuestión era si las calificaciones de apetito estaban sincronizadas con, detrás de o por delante de cambios en las concentraciones de hormonas y glucosa. Los resultados indicaron que las calificaciones VAS y las concentraciones de hormonas o glucosa parecían cambiar de manera sincronizada. Los cambios en las concentraciones de grelina estaban retrasadas unos 10-30 minutos por detrás de los cambios en las calificaciones de hambre y las concentraciones de insulina, sugiriendo un papel para la insulina como un posible regulador negativo de grelina. Este método puede ser útil para comprender posibles diferencias en la relación entre las calificaciones VAS y las concentraciones de hormonas y glucosa entre participantes o condiciones. Aún así, la variación explicada reportada de 40%-70% parece ser muy pequeña para utilizar las concentraciones de hormonas y glucosa como biomarcadores apropiados para el apetito, al menos a nivel individual y posiblemente a nivel de grupo.

A pesar de las salvedades en los diseños de estudio para medir la saciedad y la saciación, la mayoría de los resultados indica que en ausencia de energía, o ocurre ninguna de las dos. Es difícil engañar a los sistemas fisiológicos de control de la ingesta de cara a un déficit de energía. En contraste, estudios de corto plazo sobre la saciedad y la saciación sugieren que el sistema de control fisiológico es relativamente vulnerable al sobreconsumo en respuesta a situaciones de exceso de energía.

Impacto de las bebidas endulzadas en la saciación y la saciedad

El deseo humano por el sabor dulce abarca todas las edades, razas y culturas. Los recién nacidos expuestos a diferentes estímulos del gusto aceptan el dulzor pero rechazan el sabor amargo. Los niños jóvenes prefieren aquellos alimentos que les son familiares y que son dulces. A través de la evolución, el dulzor ha tenido un papel en la nutrición humana, ayudando a orientar el comportamiento alimentario hacia los alimentos nutritivos. Comenzando con la leche materna, los líquidos han sido fuentes importantes tanto de energía como de nutrimentos.

El consumo excesivo de bebidas endulzadas con azúcar ha estado asociado a las tasas crecientes de obesidad e nivel mundial. Las bebidas que contienen azúcar y que tienen sabor dulce incluyen bebidas carbonatadas (gaseosas) y no carbonatadas, bebidas a base de jugo, jugos al 100% y la leche saborizada. Las bebidas endulzadas con jarabe de maíz alto en fructosa (HFCS, por sus siglas en inglés) más que con sacarosa están bajo especial escrutinio. La asociación entre las bebidas endulzadas y las tasas de obesidad dependen en gran medida de las tendencias temporales y estudios transversales. La similitud en las tendencias temporales entre el consumo de azúcares adicionados y el aumento en las tasas de obesidad es abrumadora. Sin embargo, dichas asociaciones temporales pueden ser modificadas por tendencias seculares, cambios en la composición de la dieta y estilos de vida más sedentarios. Los estudios transversales, basados en un solo punto en el tiempo, no pueden establecer una relación causante entre el consumo de una bebidas y el cambio de peso corporal.

En la medicina basada en evidencia, un criterio para establecer causalidad es un mecanismo biológicamente plausible. El mecanismo biológico que con frecuencia es invocado en apoyo de un enlace causal es la noción de que el cuerpo no percibe la energía líquida. La explicación estándar para la epidemia de obesidad es que los líquidos que contienen energía son menos saciantes que los alimentos sólidos. A pesar del hecho de que las señales de saciedad a corto plazo pueden tener poco que ver con los mecanismos homeostáticos a largo plazo que determinan el peso corporal, los déficits en saciedad fisiológica son citados de manera rutinaria en los estudios epidemiológicos. Se ha prestado mucha atención a la saciación y la saciedad así como a la naturaleza de los edulcorantes que contienen energía y los libres de energía. Menos atención se ha prestado al gusto, costo y conveniencia así como la manera en la cual las bebidas son incorporadas a la dieta diaria. Cuando se trata del consumo de líquidos y el cambio de peso corporal, los estudios han tendido a implicar mecanismos de saciedad más que a explorar el comportamiento dietario humano o la economía de la selección alimentaria.

Los mecanismos regidos por la saciedad, sin embargo, no dan cuenta completa de las asociaciones propuestas entre la energía azucarada líquida y el peso corporal. La investigación que compara el poder saciante a corto plazo de diferentes tipos de líquidos y sólidos no es concluyente. Numerosos estudios clínicos han mostrado que los líquidos que contienen azúcar, cuando se consumen en lugar de las comidas usuales, pueden llevar a una pérdida de peso significativa y sostenida. El principal ingrediente de las bebidas líquidas que reemplazan alimentos (se conocen como malteadas, batidos o shakes) es el azúcar, con frecuencia HFCS, el cual está presente en cantidades comparables a aquellas en los refrescos (gaseosas). En efecto, una de dichas bebidas es comercializada en base a que ayuda a controlar el hambre y previene el hambre más tiempo cuando se consume con el propósito de perder peso. Estos resultados divergentes en los estudios que analizan el poder saciante de los líquidos sugieren que el impacto de las bebidas endulzadas en la ingesta de energía puede también depender del intento conductual, el contexto y el modo de uso así como de la disponibilidad y costo de los líquidos endulzados.

Los edulcorantes, bajos en energía (también conocidos como bajos en calorías o LCS, por sus siglas en inglés) también han sido implicados en la epidemia de obesidad. Los estudios han manifestado que los LCS, al proporcionar dulzor sin energía, confunden a los mecanismos reguladores del cuerpo. Sin embargo, las sugerencias tempranas de que los LCS llevan a un incremento en el apetito y la ingesta no han sido confirmadas.

Los LCS en bebidas y yogures no promueven el hambre o la sobrealimentación, en comparación con un estímulo no endulzado. Mientras que tanto las bebidas que contienen energía como las libres de energía ejercen su efecto inicial en la saciedad a través del volumen, el impacto de la energía en la saciedad se vuelve aparente más tarde. No existe un mecanismo regido por la saciedad que pudiera causar que los consumidores de bebidas bajas en energía ganen peso, en comparación con los consumidores de agua simple o saborizada.

En los estudios observacionales, el uso de bebidas bajas en energía ha sido asociado con un mayor peso corporal. Sin embargo, se ha observado que dichos consumidores tenían una mejor educación y estilos de vida más saludables así como dietas de mejor calidad. Se ha sugerido que los problemas de peso en los consumidores conscientes de la salud rigen el uso de LCS. En dichos estudios, la existencia y dirección de una asociación causal entre los LCS y el estatus del peso son imposibles de comprobar. Es difícil asociar los resultados de salud tales como la obesidad con alimentos o bebidas específicos.

Azúcares, edulcorantes bajos en energía y saciedad

Los edulcorantes artificiales (aspartame y sucralosa, por ejemplo) proporcionan una alternativa libre o muy baja en energía para endulzar los alimentos y bebidas con azúcar. A diferencia del consumo de bebidas endulzadas con azúcares, se ha encontrado que el consumo de bebidas edulcoradas artificialmente está inversamente asociado con la presión arterial y no está asociado con la diabetes tipo 2, después de ajustar para estado de salud, cambio de peso, dieta y otros factores. No obstante, muchas de estas conclusiones fueron derivadas de estudios de asociación y hubo datos limitados de pruebas controladas aleatorizadas (RCT, por sus siglas en inglés). Dichas pruebas permiten a los investigadores determinar causalidad con mayor certeza, aunque conducir una RCT puede ser costoso y tomar mucho tiempo, particularmente cuando los tamaños de efecto son modestos o se manifiestan en periodos prolongados de tiempo.

La mayoría de las RCT que se han conducido son estudios de corto plazo que manipularon la ingesta dietaria en una comida o precarga y examinaron los efectos agudos en la ingesta de energía, calificaciones de apetito así como niveles de glucosa e insulina. Dichos estudios fueron conducidos para determinar si los edulcorantes artificiales podría paradójicamente estimular el apetito y finalmente incrementar el peso corporal. Los análisis de estos datos sugieren que el efecto de consumir bebidas endulzadas con sacarosa o con edulcorantes artificiales difiere entre niños y adultos. Por ejemplo, en dos estudios, pequeñas muestras de niños consumieron precargas de líquido endulzado con sucralosa o con sacarosa 30 minutos antes de el almuerzo y se encontró que ingerían menos energía después de consumir la precarga endulzada con sacarosa. Por lo tanto, los niños compensaron la energía en la precarga de sacarosa al comer menos energía en el almuerzo; sin embargo, estos estudios tuvieron notables limitaciones, incluyendo el manejar solamente muestras pequeños de niños solamente y el uso de precargas líquidas. Otro estudio mostró resultados similares en niños jóvenes pero no en adultos. Una hipótesis para explicar el hallazgo discrepante entre niños y adultos es que los infantes y los niños tienen una habilidad innata para autorregular internamente la ingesta de alimento, y que esta habilidad se pierde a medida que la gente envejece. Esta pérdida es debida, según se cree, a factores como la socialización alrededor de la comida así como el desarrollo de expectativas en relación al valor saciante de los alimentos, que se desarrollan a través de la exposición repetida a los mismos.

Un estudio reciente en adultos encontró que el consumo de stevia, un edulcorante natural libre de energía, y aspartame en una precarga resultó en menos ingesta de energía en el curso del día, comparado con una precarga de mayor energía que contenía sacarosa. De forma similar al aspartame, stevia puede ser utilizado como un substituto de la sacarosa y otros azúcares. Las diferencias observadas en la ingesta diaria de energía fueron debidas al mayor contenido de energía de la precarga endulzada con sacarosa; esto es, los adultos en el estudio no comieron significativamente menos después de una precarga conteniendo sacarosa. Aunque los participantes consumieron alrededor de 300 Kcal/día menos en las condiciones de stevia y aspartame, comparadas con la condición de sacarosa, las calificaciones de apetito no difirieron. Estos estudios sugieren que los niños compensan la energía contenida en las precargas y los adultos no; sin embargo, estas conclusiones se ven moderadas por el número limitado de estudios.

Un puñado de RCT fueron más largas en duración y estos estudios manipulares la ingesta dietaria por 3-10 semanas para determinar si el consumo impuesto experimentalmente de alimentos y bebidas endulzados con sacarosa o con edulcorantes artificiales afectaban puntos como el peso corporal o la presión arterial. Estos estudios indican que el consumo de alimentos y bebidas endulzados artificialmente no promueven la ganancia de peso y podrían derivar en una modesta pérdida de peso. En contraste, el consumo de alimentos y bebidas endulzados con sacarosa produjo efectos deteriorantes, tales como un incremento en el peso corporal y la presión arterial. Por ejemplo, consumir alimentos y bebidas endulzados artificialmente por más de 10 semanas resultó en una pérdida de peso entre hombre y mujeres con sobrepeso. Por el contrario, en el mismo estudio, consumir alimentos y bebidas endulzados con sacarosa por más de 10 semanas resultó en ganancia de peso y de tejido adiposo así como un incremento en la ingesta de energía y en la presión arterial.

Se obtuvieron resultados similares en otro estudio que manipuló la ingesta dietaria de participantes con peso corporal saludable por 3 semanas, en el cual se pidió a los participantes que consumieran una gaseosa de 1,150 gramos, endulzada con aspartame o con HFCS, diariamente por 3 semanas. El consumo de la gaseosa endulzada con HFCS por 3 semanas resultó en un incremento en la ingesta de energía y en el peso corporal, mientras que el consumo de la gaseosa endulzada con aspartame resultó en la ingesta de menores niveles de energía y, entre los hombres, una disminución del peso corporal. Estos estudios sugieren que el consumo de edulcorantes artificiales y bajos en energía podría proporcionar una estrategia efectiva para manejar la ingesta de energía y el peso corporal, una conclusión que ha sido apoyada por otros autores. El efecto benéfico de las bebidas endulzadas artificialmente, comparadas con las bebidas endulzadas con HFCS en el peso corporal es secundario a la falla para compensar por el contenido de energía de las bebidas endulzadas con HFCS. Por tanto, cuando se consumen dietas que contienen bebidas endulzadas con HFCS, la ingesta diaria de energía total es mayor que cuando se consume bebidas endulzadas con edulcorantes artificiales o bajos en energía.

El efecto de los edulcorantes artificiales en los niveles postprandiales de glucosa e insulina ha recibido menos atención de los investigadores, aunque se ha encontrado que el edulcorante natural stevia afecta beneficiosamente los niveles sanguíneos de glucosa e insulina en humanos. Otro estudio mostró que, comparado con el consumo de una precarga conteniendo sacarosa, consumir una precarga conteniendo stevia resultó en niveles más bajos de glucosa postprandial. Adicionalmente, la precarga de stevia estuvo asociada con niveles más bajos de insulina postprandial, comparados tanto con la precarga conteniendo aspartame como con la precarga conteniendo sacarosa. Se esperan efectos en la glucosa postprandial para precargas que tienen diferentes cantidades de energía y carbohidratos; en un estudio, tanto las precargas de stevia como de aspartame tuvieron menos energía y carbohidrato que la precarga conteniendo sacarosa. La diferencia observada en los niveles de insulina entre las condiciones de stevia y aspartame sugiere que stevia podría beneficiar los niveles de insulina.

Dulzor, señalización cerebral asociada a la recompensa, selección de alimentos e ingestión de energía

El consumo de alimento cumple las necesidades homeostáticas en términos de energía y también la sensación de recompensa. Por ejemplo, la asociación del sabor dulce con la ingesta de carbohidratos provoca señales rápidas de saciedad en conjunto con una potente recompensa sensorial. La recompensa alimenticia es analizada en términos de ‘gustar’ y ‘desear’, los cuales son representados en el cerebro en áreas distintas pero traslapadas.

En el estado de ayuno, el desear es señalizado en el hipotálamo y el cuerpo (o núcleo) estriado y coincide con la señalización de hambre en el hipotálamo, mientras que el gustar es señalizado en el núcleo accumbens, en anticipación a la ingesta de alimento. Postprandialmente, en ausencia de hambre, la señalización de desear en el pallidum y la señalización de gustar en el cuerpo estriado (striatum), la ínsula anterior y la corteza del giro cingular pronostican la ingesta de alimento. La selección postprandial de alimento y la ingesta de alimento en ausencia de hambre parecen estar asociadas a la recompensa y están exageradas bajo estrés, especialmente en los individuos con sobrepeso con adiposidad visceral. En esta situación, la señalización cerebral asociada a la recompensa en el putamen (uno de los núcleos grises que constituyen los ganglios basales) y la sensibilidad a la recompensa están significativamente disminuidas, sugiriendo la existencia de una deficiencia de recompensa, y coincide con el incremento en la ingesta de energía.

Los individuos son sobrepeso y adiposidad visceral tienen aumentado el deseo por alimento así como la ingesta de energía en ausencia de hambre. La vulnerabilidad a la ingesta de carbohidratos bajo estrés es reflejada en la respuesta de hidrocortisona (cortisol), la cual disminuye después de la ingesta de proteína y grasa, pero no después de la ingesta de carbohidratos. La alimentación inducida por el estrés no está solamente asociada con el aumento en el deseo postprandial sino también con la reducción del gusto postprandial. La caracterización de la percepción del alimento está menos pronunciada y las calificaciones de gustar son consistentemente más bajas en los individuos con sobrepeso que en los individuos con peso normal, en condiciones de estrés. Por lo tanto, la alimentación postprandial inducida por el estrés en los individuos con sobrepeso parece ser debida a un decremento en el gustar y a un incremento en el desear, sugiriendo nuevamente la presencia de una deficiencia de recompensa en estos individuos. La deficiencia de recompensa es sobre todo aparente en ausencia de hambre, en concordancia con la noción de que la deficiencia de recompensa lleva a la búsqueda de la misma, lo que puede resultar en sobrealimentación.

Una hipótesis reciente propone que, a fin de evitar la deficiencia de recompensa, podría ser benéfico para un individuo el comer lo que le gusta en tanto suceda esto en la condición fisiológica apropiada (cuando exista el hambre). En tanto la ingesta de alimento al momento de las comidas cubra la homeostasia de energía así como la homeostasia de recompensa, esto podría prevenir la sobrealimentación entre comidas. Por ejemplo, un estudio mostró que cuando un tercer plato (por ejemplo, el postre) de un almuerzo consistió de una mousse de chocolate con una calificación alta en gusto, el deseo por la categoría de ‘postres’ completa disminuyó significativamente, mientras que todavía estaba presente cuando el postre consistió en un queso cottage isoenergético del mismo peso y densidad de energía, pero diferente en sabor y percepción (dulzor versus acidez, color, percepción de saludable o caracterización como un alimento “prohibido”). Así, aún los individuos sometidos a una dieta restringida corren el riesgo de sobrealimentarse con alimentos “saludables”, al evitar los alimentos prohibidos pero atractivo, tipo postre, que realmente desea.

Hasta ahora, los alimentos citados en los ejemplos fueron sólidos o semisólidos consumidos con una cuchara desde un tazón. El modo de conducción juega un importante papel en la disminución del hambre y la sed, debido a que el hambre es aliviada principalmente al comer, mientras que la sed es aliviada principalmente al beber. En un estudio reciente, la mayoría de los participantes requirió un consumo adicional después de beber una comida o una bebida que contenía energía. El consumo adicional es motivado por una mezcla de hambre y sed, sugiriendo que la ingesta de energía procedente de bebidas causa confusión que puede implicar un riesgo de sobreconsumo.

En conjunto, en el estado de ayuno y en la presencia de hambre, la señalización cerebral asociada al hambre, el desear y el gustar coincide y facilita la ingesta de alimento en concordancia con la homeostasia de energía y la homeostasia de recompensa. Postprandialmente, el consumo en ausencia de hambre puede ser causado por una falla previa en alcanzar la homeostasia de recompensa. Esto es más pronunciado bajo estrés y en los individuos con sobrepeso.

En conclusión, el control del apetito es un mecanismo fisiológicamente complejo. Además de las influencias estimulantes, entre las cuales el dulzor es una potente recompensa, las influencias inhibidoras de varios órganos contribuyen a limitar la ingesta dentro y entre episodios de alimentación. La saciación, que lleva a la finalización de un episodio de alimentación, y la saciedad, la cual inhibe el comer entre comidas, son mecanismos bien documentados.

Cuando se estudia el poder saciante de una substancia alimenticia, es importante poner mucha atención al diseño experimental, debido a que la magnitud y duración de los efectos son críticamente dependientes del contexto experimental.

Muchas de las controversias que permanecen en este campo podrían ser reconciliadas (al menos parcialmente) si el contexto sociotemporal de los efectos de la saciación y la saciedad se tienen en cuenta. El tema de si la energía de los fluidos es tan saciante como la energía de los sólidos continúa siendo controvertida. Parece que los aspectos temporales son de particular importancia. Podría esperarse que el volumen ejerza efectos de saciedad en el muy corto plazo, mientras que los contenidos de nutrimentos y energía juegan un papel decisivo en el largo plazo.

Más allá de los efectos inmediatos observados en los estudios de corto plazo, el aumentar la saciación y/o la saciedad debe beneficiar, afectando el balance de energía en un tiempo razonable para afectar el peso corporal. Esta salvedad es especialmente importante cuando se hacen declaraciones (claims) de saciedad y saciación para los alimentos disponibles comercialmente, particularmente los procesados. En una nota reciente, la Autoridad Europea de Inocuidad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) declaró que “Los cambios en las puntuaciones del apetito después del consumo de un alimento ‘prueba’ deben también ser observados después del consumo crónico del alimento (por ejemplo, después de un mes), y por lo tanto las pruebas realizadas en una ocasión única no serían consideradas suficientes para una justificación.” Los efectos a plazo medio y más largo en la saciación y la saciedad deberían ser confirmados antes de que las substancias sean recomendadas en el contexto de un programa de control de peso.

Las hipótesis tempranas de que los edulcorantes bajos en energía podrían estimular la ingesta excesiva y el sobrepeso no han sido confirmadas por trabajos posteriores. Los estudios en usuarios de LCS en vida libre indican que estos edulcorantes pueden ser utilizados en el contexto de una dieta saludable a fin de limitar la ingesta de energía.

Un área de investigación muy interesante es el estudio de los mecanismos cerebrales detrás de la recompensa por alimento. Los nuevos métodos de imagenología cerebral han permitido a los investigadores identificar los sitios cerebrales en donde la actividad corresponde al gusto por un alimento y al deseo por un alimento. La actividad de estos sitios cerebrales es diferente de acuerdo al estado fisiológico (hambriento versus saciado) y también entre individuos son sobrepeso o con peso normal, particularmente bajo estrés. El concepto de ‘homeostasia de recompensa’ sugiere que el placer derivado del alimento debe ser satisfecho a fin de facilitar el control de peso corporal y particularmente evitar comer en ausencia de hambre. Es claro que se requiere más investigación en este campo emergente, pero los resultados tempranos abren nuevos y prometedores caminos para el estudio de la motivación y recompensa por alimentos.

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