Hay algunas diferencias considerables específicas al género en muchas áreas de la nutrición. No solamente las mujeres están más interesadas en cuestiones nutricionales tanto generales como específicas, sino que también tienen un mayor conocimiento sobre nutriología y tienen un enfoque más considerado hacia la nutrición que los hombres. Estas controlan su peso corporal con mayor frecuencia y por lo tanto son afectadas más por desórdenes de alimentación. Las mujeres también aprovechan más las oportunidades para recibir asesoría nutricional.
Los hombres, por otro lado, tienen menos problemas con su comportamiento de alimentación, aunque no obstante tienen sobrepeso con mayor frecuencia y dada su distribución de grasa corporal típicamente visceral, están en mayor riesgo de enfermedades asociadas al sobrepeso o la obesidad.
El alimentarse es considerado como importante para hombres y mujeres (alrededor del 50% de los entrevistados) y mientras los hombres prefieren una dieta tradicional que es rica en grasas y carne, las mujeres prefieren más frecuentemente alimentos considerados ‘saludables’ y una dieta baja en energía.
Las diferencias específicas de género en la conciencia nutricional emergen durante la adolescencia. Entre los 8 y los 12 años de edad, alrededor del 62% de niños y niñas prestan atención a los alimentos saludables, como frutas, verduras y lácteos. Sin embargo, en el grupo de edad de 12 a 17 años, más niñas que niños prestan consideración a sus elecciones de alimentos (alrededor del 63% de las niñas y el 56% de los niños). En consecuencia, las diferencias específicas de género en cuando al conocimiento nutricional se vuelven obvias también durante la adolescencia y persisten hasta la adultez. El conocimiento nutricional es mayor entre mujeres. Los hombres tienen frecuentemente menos conocimientos de las recomendaciones sobre nutrimentos que las mujeres; están menos al tanto de la asociación entre nutrición, salud y el desarrollo de enfermedades asociadas. Se calcula que menos del 45% de los hombres adultos emplean la alimentación como un medio para mejorar su estado de salud (mientras que el estimado para las mujeres es casi del 53%).
El comportamiento de alimentación está determinado por varios factores. La predisposición genética tiene un papel así como el conocimiento y las actitudes adquiridos hacia la nutrición. Características sociales, culturales y religiosas también son determinantes de los comportamientos al momento de alimentarnos, así como el género.
Varios estudios que comprenden todos los grupos de edad han establecido que las mujeres comen de manera más saludable que los hombres. Un mayor consumo de frutas y verduras por parte de las mujeres es obvio con niños y adolescentes. Durante la adolescencia surgen diferencias en la ingesta de energía así como la densidad energética de los alimentos y bebidas consumidos. Entre los 13 y los 14 años, las niñas cumplen con mayor frecuencia las recomendaciones asociadas a la nutrición. Los niños de 14 a 16 años ingieren más comida rápida que las niñas.
Las mujeres ingieren más frutas, verduras, cereales y productos derivados, leche y lácteos así como productos con granos enteros, mientras que el consumo de carnes rojas, particularmente cerdo, salchichas, huevo, alcohol, alimentos ricos en sacarosa, papas y pan en mayor en los hombres. Las mujeres optan con mayor frecuencia que los hombres por las dietas vegetarianas (en sus variantes) o se abstienen de las carnes rojas, mientras que los hombres tienden a preferir dietas altas en carnes y grasas. La principal fuente dietética de sacarosa para mujeres y hombres son los refrescos; los hombres, sin embargo, consumen mayores cantidades de sacarosa a través de los refrescos que las mujeres.
Como con las niñas, las mujeres tienden a cumplir más las recomendaciones sobre el consumo de frutas, verduras, grasas y productos lácteos. El grado al cual las mujeres ingieren frutas y verduras parece estar asociado al nivel de satisfacción que tienen con su propio peso corporal. Las mujeres que se sienten confortables con su peso ingieren frutas y verduras con mayor frecuencia. Esta asociación no se observa entre los hombres. El consumo de frutas y verduras tiene su nivel más bajo entre los hombres ancianos solteros o que viven solos.
Los productos bajos en energía se consumen de manera más extensa por las mujeres. Estas también utilizan estos productos como medio para el control de peso con mayor frecuencia. Independientemente del género, el consumo de productos bajos en energía o en grasas está asociado con una alimentación moderada. En cuanto al alcohol, los hombres ingieren bebidas alcohólicas más frecuentemente que las mujeres y en mayor cantidad. Esta observación es válida también para los adolescentes.
También se pueden observar diferencias entre los géneros en las modificaciones nutricias en la última década. Más mujeres que hombres reportan haber hecho cambios en sus dietas, al grado que ellas ahora son más concientes de las calorías, son más saludables, incluyen más frutas y verduras y disminuyen las porciones de carnes. Estudios en Alemania sobre los cambios en los hábitos dietéticos por 15 años muestran por un lado desarrollos deseables, como son una reducción en el consumo de carnes, salchichas y jamón así como un incremento en el consumo de aves, pescados, diversos granos y lácteos en ambos sexos. Por otro lado, las personas entrevistadas también reportan consumir menos papas y pan integral o negro, así como más snacks dulces y salados. El consumo de fruta fresca ha disminuido en ambos géneros, mientras que el nivel de ingesta de ensaladas se ha mantenido igual en las mujeres pero ha disminuido en los hombres.
Las razones para los diferentes comportamientos alimentarios pueden encontrarse en factores psicológicos y socioculturales. La percepción en las sociedades occidentales sobre el peso corporal ideal es mucho más bajo para las mujeres que para los hombres. Adicionalmente, a varios alimentos, como frutas y verduras, se les atribuye una identidad femenina mientras que la carne se asocia con fuerza y virilidad y por tanto se atribuye a los hombres. En general, las percepciones sociales influyen en el comportamiento nutricional en gran medida; por ejemplo, a los hombres se les percibe con porciones grandes y una tasa rápida de alimentación, con asados y barbacoas y una preferencia por sabores fuertes e incluso amargos, mientras que a las mujeres se les asocia con moderación, el cocinar y hornear así como con sabores suaves y dulces. Como ya se hizo notar, el mayor conocimiento nutricional de las mujeres así como las preferencias específicas al género también son responsables de diferencias en los comportamientos al alimentarse.
La ingesta de nutrimentos también difiere, como consecuencia del comportamiento alimentario. Los hombres reciben un mayor ingreso de energía pues fisiológicamente así lo determina su mayor cantidad de masa corporal magra. Las recomendaciones de ingesta diaria para varios nutrimentos como proteínas, vitaminas A, E, K, B1, B2, niacina y B6 así como los minerales magnesio, hierro, yodo, flúor y cinc son también mayores para los hombres.
Entre niños, adolescentes y adultos los hombres ingieren más energía, grasa y colesterol, pero menos carbohidratos y fibra que las mujeres. Con la ingesta de vitaminas y minerales se pueden apreciar diferencias específicas al género con los adultos en la provisión de vitamina A (mayor en las mujeres), niacina, vitamina B12, potasio y hierro (mayor en los hombres). En el grupo de edad de 13 a 14 años, se han observado diferencias claras entre niños y niñas para la ingesta de vitamina B12, hierro y cobre (mayor en los niños) así como en cinc (mayor en las niñas). Las mayores cantidades de vitamina B12 y hierro en los hombres y niños, por ejemplo, pueden ser explicadas por el mayor consumo de productos de origen animal, particularmente carnes y sus derivados. Esto también se muestra por la mayor ingesta de colesterol entre los niños de todos los grupos de edad. Las diferencias en el comportamiento de alimentación también se reflejan en diferentes concentraciones plasmáticas de vitaminas y minerales: β-caroteno es más bajo en los hombres, mientras que la vitamina E y el selenio son más bajos en las mujeres.
Las mujeres toman suplementos con mayor frecuencia que los hombres (tanto autoprescritos como autoadministrados). Independientemente del género, la vitamina C y el magnesio con los consumidos con mayor frecuencia. Los suplementos con calcio se consumen más frecuentemente por las mujeres, mientras que los hombres lo hacen con la vitamina E. En general, los usuarios de suplementos tiene una mayor ingesta de fibra y una menor ingesta de grasas.
Las mujeres consumen antojos (snacks) entre comidas más frecuentemente que los hombres. Estas favorecen las frutas y los lácteos, mientras que los hombre prefieren frutas y sandwiches. Adicionalmente, las mujeres consideran que los snacks que ingieren son más saludables que los consumidos por los hombres.
Hay algunas diferencias específicas al género para el consumo de alimentos dulces. Mujeres y hombres declaran una preferencia por el chocolate, los helados, pasteles y galletas. Sin embargo, la actitud hacia los dulces es diferente, pues las mujeres consideran a los dulces como menos saludables pero al mismo tiempo los disfrutan más que los hombres.
Existen asimismo diferencias de género en los problemas asociados a los hábitos de alimentación. Los resultados de un estudio (y debemos recordar que los datos presentados aquí y en el resto del documento son significativos pero podrían no aplicar a una porción importante de personas, pues hay una gran individualidad que en parte justifica el acercamiento personalizado) muestran que considerablemente más hombres (47.5%) que mujeres (37.5%) reportan no tener problemas con sus hábitos de alimentación. Las bebidas alcohólicas presentan el mayor problema para los hombres (22.3%), sobre el deseo por dulces (17.8%) y comer fuera de casa (17.2%). Para las mujeres el deseo por dulces (28.1%), comer fuera (23.6%) y al apetito repentino (17.1%) presentan los mayores problemas. Adicionalmente, la mayor frecuencia con que las mujeres realizan dietas hipoenergéticas se correlaciona positivamente con dificultades en el comportamiento alimentario. Las mujeres también consumen más de lo habitual en situaciones de estrés, con mayor frecuencia que los hombres.
Las diferencias específicas al género en los problemas con el comportamiento de alimentación son también aparentes en la niñez y la adolescencia. Las niñas ponen más atención a la ingesta de lípidos; algunas veces comen menos y están atentas a la ingesta de calorías a fin de no ganar peso y frecuentemente comen por frustración. La ambivalencia en el comportamiento de alimentación surge de una experiencia positva al gusto, el sentirse obligadas a ser delgadas (tengan o no sobrepeso) y las influencias alteradoras como frustración y soledad, es particularmente notable entre niñas de 12 años de edad y mayores.
El fuerte deseo por ciertos alimentos (antojos) presentan un problema particular. Las mujeres son afectadas con mayor frecuencia por esto que los hombres, teniendo un mayor deseo por snacks dulces (pasteles y galletas) mientras que los hombres tienden a desear sandwiches con carne o perros calientes. Para las mujeres, el deseo por alimentos particulares es más fuerte en invierno. El clásico ‘antojo por carbohidratos’ se describe más en las mujeres. Adicionalmente, hay una conexión entre el deseo por alimentos ricos en lípidos y carbohidratos, como chocolate y otros dulces, y el ciclo menstrual. Para más del 90% de las mujeres que experimentan antojos asociados a su ciclo menstrual, el incremento en el deseo por estos alimentos surge en la segunda mitad del ciclo. Variables neuroquímicas (niveles de serotonina), funciones alostáticas en respuesta a un déficit de nutrimentos o energía así como el estado hormonal se consideran responsables por esta observación. Los carbohidratos facilitan la elevación en los niveles de insulina y triptófano, lo que a su vez promueve la liberación de serotonina y contribuye a una mejoría en el estado de ánimo. El deseo por alimentos dulces retrocede en las mujeres con el incremento en la edad.
En asociación con el antojo por alimentos particulares, las mujeres reportan más sentimientos negativos, en contraste con los hombres, quienes describen sentimientos positivos.
En hombres y mujeres con ‘antojo por carbohidratos’ hay una correlación significativa con estados de ánimo como depresión, sentimiento de tensión, irritación, confusión, cansancio y agotamiento. Con aquellos con ‘antojo por proteínas’ se ha encontrado una relación estadística entre el consumo de alimentos ricos en proteínas y sentimientos de irritación solamente en los hombres.
Aparentemente no hay diferencias de género en la frecuencia por atracones (comilonas) aunque las mujeres describen atracones que involucran cantidades menores de alimento. Por tanto hay un alto riesgo de desórdenes de alimentación, particularmente bulimia nervosa o el síndrome del atracón nocturno, entre otros, para ambos sexos.
Independientemente del género, el factor motivacional clave para los cambios en el comportamiento nutricional se encuentra en el deseo para una mejoría en la apariencia (en contraste con la necesidad de asesoría nutricional por un incremento en las enfermedades asociadas a los hábitos dietéticos). El estilo de vida más saludable asociado con esto, junto con la pérdida y estabilidad de peso corporal es, sin embargo, de mayor importancia para las mujeres que para la mayoría de los hombres, aunque esta tendencia se está nivelando, en especial entre los adolescentes y los adultos jóvenes. Predominantemente, las mujeres a nivel universitario o egresadas con un alto nivel socioeconómico son las que buscan asesoría de un profesional de la nutrición.
A pesar del alto nivel de conciencia corporal entre mujeres, la prevalencia de obesidad es casi la misma en ambos géneros. La alta prevalencia de obesidad así como las comorbilidades hacen de los programas para el control de peso corporal una necesidad para mujeres y hombres por igual. Se recomienda un enfoque de reducción de peso específico a cada género debido a las diferencias en la distribución de tejidos, el riesgo de enfermedades asociadas y al índice de referencia.
Aunque los datos cambian continuamente, se calcula que del 35% al 53% de los hombres y el 20%-35% de las mujeres tienen sobrepeso, y que del 6% al 26% de los hombres y del 6% al 31% de las mujeres son obesos (los rangos corresponden a diversos países, en promedio). En ambos géneros, la mayor prevalencia de obesidad se encuentra en el grupo de edad de 45 a 64 años. La proporción de personas que están por debajo del peso normal o dentro del rango normal es mayor en las mujeres, independientemente del grupo de edad. Más hombres tienen sobrepeso.
Tanto la cantidad de grasa corporal como la distribución de tejido adiposo son específicos al género. En principio, las mujeres tienen una mayor proporción de grasa que los hombres. Un nivel de grasa corporal dentro del rango de 10%-20% se considera normal en los hombres, pero el rango de normalidad para las mujeres se encuentra entre el 20% y el 30%. En asociación a esto, la masa muscular del cuerpo femenino es menor. La masa magra, en contraste con la masa grasa es metabólicamente más activa y contribuye en gran medida a la tasa metabólica basal.
La mayoría de las mujeres con sobrepeso muestra una distribución ginoide de grasa, la cual se distingue por la acumulación de tejido adiposo en las caderas y los glúteos. En contraste, los hombres con sobrepeso tienden a desarrollar una acumulación androide de grasa, en el área del abdomen. Esto puede confirmarse por la medición de circunferencia de cintura, pues está asociada con la masa de grasa visceral y por tanto puede constituir una medición de aplicación rápida para una valoración de riesgo. Un riesgo incrementado en los hombres se encuentra con una circunferencia de cintura por arriba de 94 cm y un riesgo todavía mayor a partir de los 102 cm. Para las mujeres los valores son por arriba de 80 cm y 88 cm, respectivamente.
Para ambos géneros un índice de masa corporal elevado se asocia con un factor de riesgo independiente para muchas enfermedades (hay que tener presente que dicho índice no es apropiado para las personas atléticas y que debe tomarse en cuenta un rango apropiado para la etnicidad de cada persona) como diabetes mellitus tipo 2, hipertensión, otros desórdenes metabólicos, enfermedad coronaria, ateroesclerosis y enfermedades asociadas, cálculos vesiculares, malignomas, hiperuricemia y gota, apnea del sueño y enfermedades degenerativas, entre otras. Además, existe un riesgo mayor es evidence en intervenciones quirúrgicas así como una agilidad reducida y una menor calidad de vida. Es precisamente la distribución abdominal de grasa encontrada predominantemente en los hombres la que se asocia con un mayor riesgo cardiovascular y metabólico.
Una comparación entre los sexos sobre la naturaleza de la pérdida de tejido adiposo durante el curso de una reducción de peso corporal muestra que los hombres obesos pierden significativamente más grasa visceral que las mujeres, independientemente de los cambios en la masa total de tejido adiposo.
La actitud de los hombres hacia el alimento es más frecuentemente no complicada y disfrutable, mientras que en el caso de las mujeres existe una relación ambivalente hacia el alimento. Para la mayoría de los hombres, el ejercicio y los deportes son más relevantes que la nutrición para su salud. Para las mujeres, las nutrición juega con frecuencia un papel central en su concepto de salud. Las mujeres también están más preparadas para ajustar sus hábitos de alimentación en concordancia con las recomendaciones actuales sobre una dieta saludable.
Con los hombres, el acercamiento al alimento está más orientado al placer, mientras que las mujeres se orientan más fuertemente con las normas sociales. En las últimas décadas las mujeres han sido más afectadas por los cambios sociales en la actitud hacia la forma corporal; están, en general, independientemente de su índice de masa corporal, menos satisfechas con su peso que los hombres y con mayor frecuencia aspiran a un ideal de belleza. Muchos adultos jóvenes encuentran un índice de masa corporal de 22 como aceptable, mientras que las adultas jóvenes buscan un índice de 20 o menor. En contraste con los hombres, las mujeres estiman su peso corporal mayor que el real y tratan de reducirlo más frecuentemente. La reducción de peso y las dietas hipoenergéticas o de moda pueden ser implementadas más por los hombres, con fundamento en la salud, no la apariencia. La alimentación contenida y desordenada se observa primariamente como fenómeno conductual específico de las mujeres. El control cognitivo, el comportamiento alimentario contenido, el control flexible y el rígido son significativamente menos pronunciados entre los hombres. El grado al cual las sensaciones de hambre y el comportamiento alimentario pueden ser influidos y alterados también es más pronunciado entre las mujeres.
Para controlar el peso, el método implementado con mayor frecuencia son el levantamiento de pesas, el ejercicio aeróbico y seguir una dieta baja en energía. El trabajo diario en el gimnasio es practicado por el 25% de las mujeres y el 12% de los hombres, pues estos prefieren controlar su peso por medio del ejercicio aeróbico, mientras que las mujeres prefieren las dietas. De acuerdo a varios estudios, el doble de las mujeres que hombres están regularmente, si no permanentemente, en una dieta.
El deseo específico al género para perder peso corporal también aparece en la niñez y la adolescencia. Más de la cuarta parte de las niñas entre 7 y 13 años desea perder peso. En los niños de la misma edad, es superior el deseo para ganar peso, preferentemente masa muscular. Adicionalmente, el 18% de las adolescentes y el 5% de los adolescentes experimentan cuando menos una dieta para bajar de peso.
La insatisfacción con su peso, el sobreénfasis en ser delgadas y la posición de las mujeres en las sociedades así como las expectativas contradictorias sobre el papel de las mujeres son factores de riesgo para el desarrollo de desórdenes de alimentación, que afectan significativamente más a las mujeres que a los hombres, pues de quienes padecen algún desorden de alimentación, más del 90% son del sexo femenino.
Las diferencias de género son obvias en muchas áreas y por tanto deben ser tomadas en consideración en los campos de la investigación, la práctica médica, el profesional de la actividad física y especialmente por los profesionales de la nutrición. Debe ser prioritario dirigirse con un enfoque personalizado an especial a aquellos grupos que muestran poca conciencia, como las mujeres con un comportamiento poco saludable, quienes tienen un menor nivel de educación o un nivel socioeconómico más bajo, así como los hombres en general.