Sobrealimentación compulsiva como un desorden adictivo
Se ha escrito sobre las propiedades esclavizadoras del opio y del alcohol por siglos y en el siglo 19 la noción del uso de drogas como enfermedad más que como un tema de culpabilidad moral ya se aplicaba entre los profesionales de la medicina. La primera referencia específica de un adicto a los narcóticos apareció a principios del siglo 20 y por mucho tiempo permaneció circunscrito al alcohol y a los opiáceos; después de la Segunda Guerra Mundial otras substancias como cocaína, anfetaminas y nicotina se agregaron a la lista de drogas adictivas, que ha crecido desde entonces.
En años recientes ha habido un interesante cambio científico y clínico en la perspectiva, con muchos convencidos de que la adicción debe incluir en involucramiento compulsivo en actividades tales como el juego, el uso de internet y las compras, en adición a su relación convencional con las recompensas farmacológicas. El debate actual se ha extendido a la posibilidad de que las llamadas “adicciones conductuales” deban incluir el abuso de recompensas naturales, esto es, comportamientos que son intrínsecamente necesarios para nuestra supervivencia y a las cuales libremente nos dedicamos con gusto y sin sanciones sociales.
Algunas generaciones atrás hubiera sido casi herético sugerir que el alimentos podría ser una substancia adictiva y la sobrealimentación un comportamiento adictivo; sin embargo, en los últimos años es común encontrar documentos académicos relacionados a la “adicción por alimentos”.
Los neurotransmisores esenciales para el funcionamiento normal del humano –y mayormente implicados en el uso de substancias- son dopamina y serotonina, cuyos precursores deben ser proporcionados externamente a partir de nutrimentos de alta calidad como las proteínas. Durante la mayor parte de nuestra historia, debido a las hambrunas y a la escases temporal de alimentos, estos precursores estuvieron nutricionalmente limitados y en consecuencia las personas experimentaban déficit de neurotransmisores regularmente (estos niveles menores tienden a afectar de manera negativa los comportamientos y emociones críticos incluyendo las actividades motoras, habilidades cognitivas y el estado de ánimo).
Durante nuestra historia evolutiva ciertas plantas como Erythroxylum (planta de coca) desarrollaron defensas químicas contra los depredadores mamíferos produciendo “substitutos de neurotransmisores” con efectos tóxicos al ingerirse; como respuesta los “homínidos de comportamiento sofisticado” evolucionaron para explotar los beneficios potenciales de las toxinas de las plantas y ya que estos “análogos de neurotransmisores” impartían energía, prevenían el cansancio, disminuían el apetito y aumentaban la tolerancia al hambre, ayudaron a evitar las “secuelas del estrés en el comportamiento” en ausencia de fuentes adecuadas de alimentos. En otras palabras, las sustancias de las plantas servían al doble propósito de substituir a fuentes más costosas de energía y amortiguaban los estragos biológicos del estrés prolongado.
Con el tiempo los humanos desarrollaron la habilidad de purificar las substancias psicoactivas de las plantas y usaron rutas de administración más directas que la ingestión, creando una potente estimulación de los mecanismos cerebrales que regulan el placer y contribuyendo el sobre uso y abuso de dichas substancias en la actualidad. Por tanto es razonable y sensible concluir que los compuestos orgánicos de nuestro ambiente pueden ser categorizados como benéficos o dañinos solamente cuando tomamos en cuenta la dosis y las características relevantes de aquellos que los consumen.
Las dietas altas en grasas y azúcares concentrados son tanto densas en energía como metabólicamente eficientes ya que una alta proporción de la energía se provee al consumidor. También tienden a mejorar el estado de ánimo mediante la liberación de neuropéptidos que refuerzan su preferencia selectiva. Los biólogos evolutivos creen que los “antojos” por azúcar y grasa evolucionaron para mejorar la ingestión humana de energía en ambientes nutricionalmente impredecibles (que fueron universalmente la norma hasta hace pocas décadas). Sin embargo, en las cantidades que muchas personas los ingieren, tienen un potencial de abuso que rivaliza con las drogas adictivas populares.
La industria alimentaria ha refinado su capacidad para explotar nuestro deseo humano natural por azúcar y grasa, incrementando en varias veces sus “dosis” en muchos de nuestros alimentos diarios. Por ejemplo, mientras que el incremento per cápita en consumo de grasas adicionadas de 1970 a 2000 ha sido del 42%, en el mismo periodo el consumo de frutas y verduras ha aumentado solo 20% mientras que el de quesos ha aumentado 162%. La marcada reducción de costos de azúcares y aceites vegetales a nivel mundial contribuyó a la producción de alimentos procesados altamente palatables con una incidencia en el consumo de snacks (principalmente en forma de carbohidratos) con la consecuente elevación en el consumo diario de energía.
En relación directa a la noción de “dosis de una droga” está el tamaño de las porciones que se sirven actualmente, tanto en supermercados como en restaurantes, con una comida que equivale en energía a las necesidades de todo el día. El consumo de comida rápida ha aumentado más de 300% en la última generación y el tamaño de platos, tazones y vasos en el hogar ha aumentado de manera consistente; incluso el tamaño de porción en los recetarios se ha prácticamente duplicado desde 1930 a 2007.
Así como las diferentes drogas promueven diferentes grados de dependencia, los alimentos también difieren en su capacidad de promover el abuso y al igual que dichas drogas tienen la habilidad de alterar los mecanismos cerebrales en formas que contribuyen a un aumento en su uso compulsivo.
Claramente no es apropiado incluir todos los casos de consumo excesivo de alimentos como comportamiento adictivo. Para algunas personas, sobrealimentarse es un evento relativamente pasivo que ocurre casi sin darse cuenta en la forma de consumo liberal de snacks y grandes porciones. Para otros, sin embargo, puede ser tanto compulsivo como excesivo. El desorden por “atracón” o desorden de alimentación excesiva (BED, por sus siglas en inglés) es un fenotipo particularmente adecuado para una conceptualización de adicción, con evidencia clínica y científica de soporte (más del 90% de las personas con BED se describen como “adicto a la comida” o “comedor compulsivo”).
Aunque hay fuertes lazos entre BED y obesidad, esto no significa que obesidad y adicción son uno o lo mismo. Las personas con BED son un subtipo específico de obesidad y su tendencia al atracón puede estar influenciada por una hiperactividad de base biológica a las propiedades hedónicas del alimento debido a un aumento en la motivación para comportamientos alimentarios. Esta predisposición puede ser fácilmente explotada en un ambiente en que comida dulces y grasosas son altamente visibles y fácilmente accesibles.
Es importante reconocer que el atracón es también un criterio de diagnóstico clave para Bulimia nervosa, desorden de naturaleza adictiva reconocida. Sin embargo, dado que la bulimia es típicamente seguida y/o precedida por comportamientos compensatorios severos como vomitar o actividad física en exceso, puede haber diferencias en los disparadores y en la fenomenología del atracón en estos dos desórdenes.
BED se caracteriza por episodios repetitivos de sobrealimentación, no típicamente motivados por hambre ni seguidos por comportamientos compensatorios como purga, ayuno o ejercicio excesivo, con apariencia de condición crónica y estable, que sucede tanto en niños como en adolescentes y adultos. Quienes padecen BED reportan generalmente angustia y culpa por sus hábitos alimenticios y tienen enorme dificultad para controlar estos comportamientos a pesar del aumento de peso y problemas médicos como diabetes e hipertensión derivados de los mismos. El atracón existe a pesar de estar al tanto de sus consecuencias en la salud.
Hay evidencia de que existe desarrollo de tolerancia en el BED en humanos, consumiendo una mayor cantidad de comida a medida que el desorden se vuelve más crónico. El mayor peso corporal se correlaciona con la frecuencia y severidad de los episodios de atracón y dado que muchas personas con BED reportan sobrepeso previo al inicio del desorden alimenticio se sugiere que con el tiempo las dietas altas en energía promueven una mayor ingestión y contribuyen al atracón.
El impacto de la tolerancia en la progresión del comportamiento adictivo es mayor por la sinergia con los síntomas debilitadores de la abstinencia. Ciertos alimentos, particularmente los carbohidratos simples, pueden causar síntomas de abstinencia pronunciados cuando son removidos de la dieta y estos efectos son similares a los signos físicos de angustia por la abstinencia de opiáceos (agresión, ansiedad, dolor de cabeza, irritabilidad, disminución de temperatura corporal y temblores, entre otros).
Para la mayoría de las personas con BED hay ciclos repetidos de abstinencia y recaída, teniendo como consecuencia un ciclo de aumento y disminución de peso, reflejo de los éxitos y fracasos parciales en el esfuerzo por abstenerse del atracón. Esta es una de las características distintivas del abuso de drogas y del esfuerzo para dejar el hábito. Se ha demostrado tanto en estudios animales como en humanos que los antojos por alimento son significativamente mayores en los adultos con BED que en sus contrapartes sin el desorden y con peso similar, con tendencia a alimentos dulces y altos en grasa.
La sensibilidad o reactividad de la ruta de recompensa común es afectada por varios factores biológicos como la densidad de receptores de dopamina, la cantidad de dopamina liberada en la sinapsis y la rapidez de su transporte de regreso a la célula por la proteína de recuperación (re-uptake). Las diferencias individuales en la sensibilidad de recompensa han sido fuertemente implicadas en el riesgo de adicciones a drogas así como a la sobrealimentación compulsiva. Aparentemente ambas substancias (las drogas adictivas y los alimentos palatables) son usadas como una forma de “auto-medicación” para activar un sistema de dopamina adormilado y para incrementar la capacidad hedónica.
Una limitación importante para los comedores compulsivos es la imposibilidad de abstenerse completamente de la “substancia adictiva”, a diferencia de lo que se recomienda en la adicción a las drogas. Presentar a las personas con BED un modelo de adicción de sobrealimentación compulsiva, con el mensaje implícito de que pueden estar luchando contra un fuerte impulso neurológico para comer en exceso en un ambiente que explota estas urgencias, puede ayudar a reforzar el sentido terapéutico de auto-empatía así como un entendimiento de que el tratamiento involucrará el aprendizaje de estrategias efectivas y esfuerzos a largo plazo para resistir la sobrealimentación y prevenir la recaída.